Comentario
La calificación de excepcional se le ha dado habitual y justamente a Velázquez desde que en el siglo pasado se empezaron a conocer las extraordinarias cualidades de su pintura. Fue necesario que el Museo del Prado abriera sus puertas, en 1819, para que su obra pudiera ser admirada y estudiada, porque hasta ese momento la grandeza de sus cuadros sólo podía ser disfrutada por aquellos que tenían acceso a la colección real, a la que pertenecía la mayor parte de su producción. Los primeros que comprendieron su condición de artista único fueron sus colegas, los pintores. Para Lucas Jordán las Meninas era la "teología de la pintura", es decir, la obra suprema de la creación pictórica, mientras que Mengs alabó sus efectos de "aire interpuesto entre los objetos" y su modo de hacer en las Hilanderas, "que parece no tuvo parte la mano en la ejecución, sino que le pintó sola la voluntad". Pero este reconocimiento estuvo limitado a los muros del alcázar y del palacio real hasta la fundación de la pinacoteca madrileña, que facilitó la difusión de su arte por Europa, ya que en ella sus lienzos pudieron ser contemplados por los viajeros extranjeros que visitaron España en el XIX, en especial durante la época romántica.Stirling-Maxwell fue el autor del primer estudio realizado sobre el pintor (Velázquez and his works, Londres, 1855), seguido algunos años después por el de Carl Justi (Velázquez und sein Jahrhundert, Bonn, 1888 y 1903). Ambos iniciaron la amplísima bibliografía velazqueña, y también cimentaron su reconocimiento universal y su estimación, que fue creciendo a medida que se perfilaba la sensibilidad artística del mundo contemporáneo. Con evidentes errores de interpretación, fue sucesivamente considerado como el padre o precursor de estilos pictóricos modernos. Primero del realismo decimonónico, como pintor de la realidad suprema, y después del impresionismo, por su técnica y su interés por la instantaneidad. La conocida frase de Manet, "es el pintor de pintores" (1865), consagró su protagonismo en los renovados ambientes estéticos de finales del siglo pasado.Sin embargo, su obra no se debe mirar con ojos actuales porque su auténtica dimensión, lo que el artista hizo y quiso decir, sólo se explica en su mundo, en el que forjó sus ideas y su concepción pictórica, es decir, en la España del XVII. Y precisamente al vincular a Velázquez a ese mundo, surge de nuevo el calificativo de excepcional, no aplicado en esta ocasión a sus cuadros sino a otros aspectos de su experiencia vital y de su trayectoria artística. Excepcionales en su tiempo fueron su formación, su personalidad, su actitud ante la creación pictórica y las propias condiciones de su existencia. Quizás algunas de estas excepciones se dieron de forma aislada en otros artistas de la época, pero todas juntas en nadie, salvo en Velázquez, en quien la genialidad se vio acompañada por la fortuna.En primer lugar hay que señalar que tuvo una amplia formación cultural y artística, en su juventud de la mano de Pacheco y posteriormente gracias a las relaciones y posibilidades que le proporcionó su privilegiada situación en la corte, el conocimiento de las colecciones reales, sus contactos con Rubens, sus viajes a Italia... cuando la mayoría de sus compañeros sólo habían aprendido a leer y a escribir, si acaso. Aunque se sabe poco del Velázquez hombre, sí conocemos algunos rasgos de su personalidad, que también le distinguen del resto de los pintores de la época. En ella un pintor era un criado o un artesano, o las dos cosas a la vez, y él se sentía artista. Flemático pero orgulloso, luchó por medrar, por elevar su categoría social, para lo que utilizó fundamentalmente su carrera palatina. Ortega afirmó que la principal motivación de su vida fue su deseo de ennoblecimiento. Quizás esta aseveración sea excesiva, pero su ascensión desde su nombramiento como pintor del rey en 1623 fue constante y progresiva. En 1627 ocupó el puesto de ujier de cámara, en 1652 el más importante de todos, el de aposentados mayor de palacio, para finalmente alcanzar la nobleza en 1658, cuando el rey le concedió el hábito de caballero de la Orden de Santiago.Otros pintores también tuvieron aspiraciones de esta índole, pero ninguno de ellos consiguió el objetivo logrado por Velázquez: elevarse sobre su condición de pintor para proyectarse socialmente. No es probable, como se ha dicho en alguna ocasión, que considerara a la pintura como un obstáculo en sus ambiciones cortesanas, debido a la categoría de trabajo manual, y deshonroso, que por entonces ésta tenía en España. Sus cuadros demuestran el orgullo de un artista, tanto en su espléndida ejecución como en su búsqueda de la perfección y en su riqueza creadora. Con su actitud quiso prestigiarse a sí mismo, pero también a la pintura, de la que él sabía y sentía que era un arte noble. E inteligente como fue, debió de comprender pronto que para su encumbramiento social necesitaba de dos ayudas: Felipe IV, a quien sirvió con devoción, y sus propios pinceles, de cuya calidad dependía el favor del monarca, sin el cual no existiría para él nada más que el formulario panorama religioso que tenían sus compañeros de actividad. Por ello su ambición personal y su arte fueron inseparables, siempre unidos, como unidas están en las Meninas Velázquez y la pintura.Hay otra objeción que se suele hacer a su carrera palatina: el tiempo que le restó para pintar. Así fue efectivamente. Pero se debe tener en cuenta que esa carrera le prestó sosiego, le dio la posibilidad de cuidar y de pensar cada uno de sus cuadros sin necesidad de tener que apresurarse en su terminación para cobrar, le ofreció también la oportunidad de tratar a los mejores artistas de Italia y Flandes, y le proporcionó asimismo la libertad de pintar a su elección, una libertad relativa puesto que debía de estar de acuerdo con los deseos del rey, pero libertad al fin y al cabo, sobre todo si se la compara con el estricto sometimiento de sus colegas a los condicionamientos y exigencias que les imponía la clientela eclesiástica. Es decir, gracias a su carrera palatina tuvo todo lo que no pudieron tener sus compañeros.Asimismo resulta excepcional su producción desde el punto de vista temático, ya que mientras el resto de los pintores españoles de su tiempo realizaron sobre todo obra religiosa, él pintó casi exclusivamente retratos y temas profanos. Los retratos fueron su principal obligación como pintor al servicio del monarca, aunque además de la familia real posaron para él otros personajes de la época, y su dedicación a los temas profanos, facilitada por su vinculación a la corte, deriva también de su especial preparación e inquietud artística.Finalmente resta por considerar la excepcionalidad de las cualidades de su arte y de su forma de entender la realidad. Nadie como él, en su plenitud, fue capaz de captar con tal perfección los efectos atmosféricos entré los cuerpos, la irradiación de la luz, la vibración visual de los colores... Todo ello utilizando una técnica fluida y sintética que apunta las formas más que definirlas, proporcionándoles una apariencia de verdad inmediata y a la vez de realidad desmaterializada. Una realidad que en su arte no depende de la copia del natural sino que trasciende lo concreto para vincularse al complejo mundo de las ideas.